18 de abril 2025, 19:54hs
Carmen Palomino
A veces no hace falta buscar demasiado para encontrar una vocación. En el caso de Agustín Kovacich, la música siempre estuvo ahí: en las reuniones familiares, en la casa de su abuelo, en la forma en que su padre y su tío se sentaban a tocar.
“Fui criado con esa música”, dice Agustín, que a los 6 años ya tenía en sus manos un acordeón de 8 bajos, regalo de su mamá Patricia. Empezó a sacar de oído canciones como Feliz cumpleaños, y a los 8, su abuela Luisa y su madre le regalaron un acordeón más grande, de 60 bajos, que aún conserva como un tesoro.
“Me llevó a elegirlo porque desde muy chico escuchaba a mi papá y mi tío tocar, y me gusta cómo suena”, explica. Aprendió observando, escuchando, imitando. Así construyó una relación íntima con el instrumento que, para él, es mucho más que eso. “Yo me expreso mis sentimientos a través de la música y mi acordeón”, afirma.
Pero Agustín no se queda en lo que ya vivió. Tiene una imagen clara de lo que quiere para su futuro: “Me imagino seguir tocando, enseñarle a los hijos de mi señora y en algún futuro subir a tocar con ellos a los escenarios”.
Uno de los momentos más significativos en su recorrido fue su participación en las ramadas chilenas en La Rural. “La mejor experiencia vivida en la música fue haber subido a los escenarios para las ramadas como guitarrista, y este año me llamaron para tocar el acordeón y cantar”, cuenta con orgullo.
Lo suyo es un camino que mezcla raíces, emoción y proyección. Porque cuando la música nace desde la infancia, se transforma en una forma de estar en el mundo.